«Frente a un horizonte de incertidumbre en donde el pesimismo marcaría la pauta, la sociedad coreana se vio obligada a llevar a cabo una reorganización con vocación social.«

Por: Montserrat Piñeiro

Al desembarcar en el moderno aeropuerto de Incheon y abordar el tren que conecta dicho punto de arribo con la estación de trenes de Seúl, no imaginamos que hace sesenta años en Corea del Sur eran escasos los caminos pavimentados y las carreteras. Al pasear por las áreas de City Hall y de Gangnam observamos edificios de corte eminentemente contemporáneo y no sospechamos, ni por equivocación, lo paupérrimas que eran las viviendas de hace seis décadas. Caminamos por las calles de Itaewon, teniendo a la mano pastelerías francesas y pizerrías italianas en donde los quesos mozarella y gorgonzola se visten de ingredientes casi locales y no pasa por nuestra mente que todavía camina entre nosotros gente que excavaba cerca de los árboles para conseguir raíces y tener algo que comer, que buscaba en la basura del recién instalado ejército norteamericano los restos de comida para hervirlos y preparar una especie de potaje llamado kulkulichung. No imaginamos que el arroz, siendo la base de su cultura, no estaba disponible en el día a día de los habitantes de los años cincuenta.

   Ahora, la educación en Corea es una de las mejores del mundo mas en aquella época muchos no tuvieron acceso a ésta. Los maravillosos palacios y templos con cuidadas e impecables decoraciones alguna vez estuvieron en totales ruinas: con los techos rotos, los colores gastados, las ventanas astilladas y los jardines carentes de vegetación.

   Asimismo, la moda coreana es ahora innovadora y vanguardista sin embargo, en los años de la posguerra tener ropa era todo un lujo. Los niños actualmente tienen teléfonos móviles y los tenis de moda, mientras que sus antepasados no tuvieron acceso a juguetes. Las chicas en su temprana adolescencia no tenían tiempo ni derecho a juegos ya que debían cuidar de sus hermanos pequeños, cargándolos en la espalda mientras sus madres laboraban en el campo, pero ahora apenas adivinamos sus faenas al ver a esas ancianas con espaldas encorvadas que siguen haciendo frente a la vida.

   En el siglo XXI Seúl es una de las metrópolis más pobladas del mundo, anteriormente los nacionales coreanos trabajaban, en su gran mayoría, en el campo al ser escasas las fábricas y empresas. En aquel entonces aún se veía lejana la manufactura de automóviles, la industria de semiconductores ni siquiera se saboreaba posible y la industria naval no se visualizaba tan grande y poderosa. ¿Aerolíneas con teconología de punta y servicio amable?, después de la guerra era difícil transportarse y el ir de un extremo a otro de la península precisaba todo un éxodo…

   Es cierto que en Corea del Sur se respira modernidad e incluso algunos dicen que se vive casi en el futuro pero, si ponemos atención, hay todavía un aroma de nostalgia, de amargura con un dejo de tristeza por las muertes de soldados y civiles, por los numerosos huérfanos que sufrieron abandono, por las familias separadas por lo que hasta la fecha es la frontera más resguardada del mundo.

   Corea del Sur se ha levantado frente a la adversidad como pocos países, logrando que el llamado “milagro del rio Han” ocupe las bocas de economistas, historiadores y sociólogos internacionales. Pero el inicio no fue nada fácil, la posguerra de Corea fue una época devastadora poco difundida en el mundo occidental debido a que los libros de historia se centran en las masacres cometidas en Europa durante el siglo XX, mas es pertinente su estudio para comprender el presente del país y generar empatía con sus nacionales.

La omnipresente pobreza

Después de haber sido liberada del dominio japonés, la península coreana gozó de un corto periodo de paz para continuar con una guerra interna que desenlazó en su separación. Fue así como nació la República de Corea, encontrándose frente a un largo y tortuoso camino por recorrer al haber quedado devastada por las más recientes batallas. Simplemente lo habían perdido todo; para los pobladores la esperanza era inexistente y su mayor preocupación era sobrevivir al día siguiente.

   Para tener una clara idea de cuán menesterosa era la nación del kimchi durante la década de los años cincuenta, basta decir que sólo India la superaba en niveles de pobreza. Corea del Sur era un país no sólo paupérrimo sino también atrasado y en ruinas, a grado tal que las Naciones Unidas crearon una agencia especialmente destinada para su reconstrucción.

Política y economía

El gobierno era una autocracia, provocando esto constantes conflictos políticos, tal y como regularmente sucede en los países recién salidos de un conflicto armado. Tomó a Corea del Sur casi tres décadas instaurar una democracia, resultado de constantes revueltas que tuvieron afortunadamente un buen final.

   En aquel entonces las instituciones aún eran frágiles y de estructura sencilla, un ejemplo de ello era el ejército, el cual era más bien una policía militarizada con armamento limitado y entrenamiento básico, situación que fue cambiando al establecerse en tierras coreanas el ejército estadounidense y al instituir el servicio militar coreano como obligatorio.

   El surcoreano hizo uso de los escasos recursos que tenía a la mano para salir de su enorme crisis: se enviaron tropas a la guerra de Vietnam para construir carreteras con los salarios de soldados y veteranos. Alemania Occidental prestó ayuda al reclutar enfermeras y mineros surcoreanos cuyos salarios eran hipotecados, además de lo cual, el país germánico concedió cierto auxilio económico a la tierra del hangul.

   La educación era prácticamente inaccesible debido a la situación en general, por ello, en aquellos tiempos, miles de mujeres jóvenes que no tuvieron la oportunidad de estudiar, trabajaban en fábricas de textiles, zapatos y pelucas destinados a la exportación, (aunque los niveles de exportación eran casi tan limitados como el consumo interno). Con su trabajo, esas jóvenes mujeres lograban costear la educación de sus hermanos menores, generalmente varones, que fueron quienes gracias a dicho esfuerzo de sus familiares construyeron años después la Corea que hoy conocemos.

La sociedad

Profundas heridas psicológicas formaban parte del terrible inventario que dejó la guerra como herencia. Tal fue el impacto negativo en la sociedad que hasta la fecha varios aspectos de su cultura tienen sus raíces en ese devastador periodo.

   Frente a un horizonte de incertidumbre en donde el pesimismo marcaría la pauta, el pueblo se vio obligado a llevar a cabo una reorganización con vocación social ya que era la única forma de salir del atolladero. La estrategia elegida fue crecer y posteriormente distribuir; la solidaridad era más que necesaria, indispensable ya que de no aplicar tal filosofía, la unidad de la frágil nación se hubiese visto comprometida.

   Los nacionales surcoreanos desarrollaron una cultura de dedicación y esfuerzo que en ocasiones llegó a terribles extremos, todo con la finalidad de abandonar la pobreza y ofrecer a las siguientes generaciones una situación digna en la que la precaridad que ellos habían conocido fuera una extraña.

   A la guerra de Corea algunos la conocen como “la guerra innombrable” o “la guerra olvidada,” ya que las remembranzas son profundamente dolorosas y el revivir el nacimiento de esta sociedad ahora moderna y avanzada cuyo intrincado y trabajoso inicio significó todo un reto, implica abrir heridas que aún no han cicatrizado por completo.

   Ahora, a la luz del siglo XXI, es difícil adivinar lo que sucedía en esta nación hace sesenta años, los recién llegados lo ignoramos muchas veces, sin embargo en la memoria colectiva sigue latente y las generaciones actuales luchan arduamente para que sus familias no tengan que vivir una pesadilla como la de hace algunas décadas.