Cuartillas enteras de frases nunca podrían explicar lo que se experimenta al estar ahí”.

Por Montserrat Piñeiro

Fotografías por Joe Wabe

En quinientas sesenta hectáreas de terreno encontramos belleza coloreada de verde y dibujada con líneas onduladas con la ayuda del hombre. Aquí se cultiva el cuarenta por ciento de la producción de té verde coreana.

Si llegamos de mañana y corremos con suerte, la neblina nos recibe colgada de las laderas y hace de esta experiencia algo aún más memorable.

El cuadro que apreciamos en estos campos es uno de los mejores de Corea, un paisaje tan distintivo del país, que coincide con ese orden, ese metodismo y disciplina con los cuales cada actividad se lleva a cabo en esta nación.

Disfrutando de la escultura natural que los humanos llevan a cabo para auxiliar al medio ambiente. Este lugar no solo nos regala un producto saludable sino que ocasiona la devoción de nuestros ojos.

Y tal vez asistir una vez a este santuario herbal no será suficiente para algunos curiosos, y repetirán la experiencia una y otra vez para intentar atrapar en la memoria lo que ahí se goza.

El escenario es tan real que en las épocas de colecta los trabajadores se mezclan con los paseantes que disfrutan del paisaje. Son pocas las situaciones en las que un lugar altamente turístico es funcional a la vez, lo que a veces puede ser un reto en temporadas de colecta para las personas que ahí laboran y que deben cumplir dos papeles: responder a las preguntas de visitantes y armarse de paciencia para lidiar con un poco de bullicio mientras se concentran en la cosecha minuciosa de hojas tan valiosas.

Este paisaje es herencia de la poco grata invasión japonesa… unas de las pocas buenas cosas que los nipones obsequiaron a cambio de toda la riqueza que le arrebataron a Corea. Ciertamente los intrusos lo hacían pensando quedarse a largo plazo, pero la historia fue distinta… Los coreanos suturaron las heridas materiales y del alma con amor y dedicación, adoptaron esa herencia obligada y la hicieron suya para llevarla a un nivel de belleza superlativo.

El color esmeralda domina lo que parece un paisaje infinito

De las abundantes plantaciones que se encuentran el el área, Daehan es el nombre del campo más famoso y, por ende, visitado, precedido por un camino de casi trescientos metros, escoltado en ambos lados por antiguos árboles de cedro con una altura de más de veinte metros. Los paseantes se regalan un verdadero paseo de ensueño antes de llegar hasta la zona de las infaltables tiendas, en donde comúnmente las mujeres derrochan miles de wones en productos elaborados con esta planta de carácter tan prodigioso y medicinal. Si Corea se distingue por poseer cientos de productos cosméticos, alimenticios y decorativos que contienen este elemento de la flora, esas tiendas comprueban que a veces nuestra imaginación se limita, pero que la planta del té verde se puede aprovechar en ¡absolutamente todo!

Y esto es solo el prólogo a un mundo de color y aroma, lo que le sigue es un pequeño estanque rodeado de cafés para todos aquellos que desean gozar de una pausa e imaginar que el tiempo se detiene antes de iniciar una caminata tan larga o corta como el visitante lo prefiera.

Una escalera ubicada dentro de la misma plantación conduce a una colina que se presume como el punto más adecuado para disfrutar de una vista excepcional de alfombras verdes que parecen ideales para dejarse caer sobre las mismas, imaginando que son suaves y voluptuosas (un engaño a la vista porque vaya que no lo son).

De cualquier modo, la perfección del trabajo y la dedicación de las personas que cuidan de estos campos nos hacen pensar que ellos tienen un mérito tan grande pero tan distinto al de los jardineros de Versalles y de tantos otros grandes jardines… Aquí no hay flores, el tipo de belleza es apacible y sencillo, no hay más adorno que la planta principal en sí y un trabajo manual y calculado que engrandece su belleza.

Especial de primavera

La estrella detrás del paisaje es el llamado “té de primavera”, ese que se colecta en la época que le da su nombre y que posee aromas poco convencionales y sabor marcado. Naturalmente todas las bondades se impactan en el costo, pero vale la pena probarlo al menos una vez en la vida. Abril sería tal vez el mejor momento para disfrutar de ambos beneficios: el visual y el gustativo. A finales de ese mes se tiene casi por seguro un clima agradable, un bello color y una taza de excelente té.

¿Cuándo y cómo?

De mayo a agosto es la época ideal para disfrutar del verde en todo su esplendor. Los hoteleros del área lo saben y las tarifas regulares de treinta mil wones por noche pueden dispararse al doble o incluso al triple durante este periodo. La mayoría de ellos son guesthouses (paradores) de cierta sencillez que nos recuerda los beneficios poco opulentos de las provincias coreanas.

Todos aquellos paradores que tienen vista a la playa de Yulpo –ubicada a diez minutos de las plantaciones-, son los más solicitados y recomendados, por lo que es siempre preferible hacer reservación.

Para todos aquellos que cuentan con coche o la posibilidad de rentar uno, el trayecto por carretera o autovía es agradable y digno de disfrutar.

Para los que prefieren el trasporte interurbano, yendo desde Seúl, la estación de Yongsan ofrece una ruta rumbo a Boseong a las 09:45 am -1 autobús al día-, con una duración de 5 horas y 40 minutos. Es necesario descender en la estación de Boseong y abordar un autobús urbano con rumbo a los campos de té –disponible de 6:00 a 20:30 horas, con intervalo de aproximadamente una hora y duración de quince minutos. Otra opción más cómoda es tomar un taxi desde la estación hasta los campos.