Ciudadanos del mundo en Corea del Sur
Por Luisana Loaiza A.
Fotografía por Aimieni
Hace algunos años Carlos -un amigo de mi último trabajo- me decía que yo era ciudadana del mundo. Nací en Loja y viví en Machala -ambas ciudades en Ecuador-. Mis estudios de pregrado los realicé en Alemania y Dinamarca y mi posgrado en Corea del Sur. Seguro no se equivocaba.
Algunas personas vamos dejando un poco de nuestra esencia en todos lados. Aunque nunca imaginé que una parte de mí estaría por ahí, en algún rincón de Asia; y es que ¿quién se imaginaría estudiar un posgrado en Asia? Muchos latinos crecemos admirando el desarrollo norteamericano o deseando tener la oportunidad de ver con nuestros propios ojos la arquitectura y cultura europea; pero en realidad ¿qué sabemos de Asia, de Corea del Sur? Hasta hace pocos años cuando hablaban de Asia yo pensaba en confucianismo o budismo, no sabía más.
La realidad es que Asia tiene mucho que ofrecer y especialmente Corea del Sur, un país que después de las devastadoras guerras que sufrió se recuperó, se convirtió en un gigante económico y en los últimos años abrió sus puertas a muchas personas como yo, para crecer y desarrollarse. Corea, que hace algunos años dependía de ayuda extranjera para sobrevivir, ahora se ha convertido en una potencia mundial. Un país con industrias desplegadas en todo el mundo, con tecnología de punta, con internet inigualable –¡cómo extraño esa velocidad!-. Un país con un gobierno generoso que provee a extranjeros la oportunidad de estudiar en las mejores universidades del mundo. Soy orgullosamente graduada de KAIST, Escuela de Negocios por sus siglas en inglés que significa Instituto Coreano Avanzado de Ciencia y Tecnología; un reto que creí inalcanzable, pero que logré cumplir gracias al apoyo del gobierno coreano.
Mis amigos siempre me preguntan qué me llevó a tomar este reto, cuáles fueron mis desafíos y más oscuros momentos. Desde que regresé a Ecuador después de mi pregrado, tenía en mi mente que quería estudiar una maestría fuera del país, aunque aún no sabía dónde. Recuerdo bien que empezaba el año 2014 y llegó al lugar donde yo trabajaba, un asesor coreano experto en temas agrícolas. Él me comentó que el gobierno coreano estaba ofreciendo becas para estudiar un MBA en una de las mejores universidades del mundo –KAIST, no podía creer que tenía esa oportunidad. Pero, ¿qué sabía yo de Corea o de KAIST?
La verdad es que desde el primer momento sentí miedo a lo desconocido y más aún porque Mr. You –mi nuevo compañero coreano y ahora amigo- me decía que KAIST era una escuela de genios y yo por supuesto soy una persona normal, no un genio. Además, pesaba mucho el tener que irme al otro lado del mundo, a un país que no había estado dentro de mi radar. Así pues, en julio de 2014 después de un proceso de selección bastante largo, recibí la noticia de que gané la beca para mi MBA en KAIST y emprendí mi aventura a Corea del Sur.
Corea es un país impresionante desde su aeropuerto hasta cada uno de los paisajes que existen en las diferentes regiones, la cultura, la gastronomía y su gente. Creo que lo más difícil para mí fue la comida coreana y es que no hay punto de comparación con la comida latina o mediterránea. Quién diría que iba a extrañar el sabor picante y dulce de mi comida preferida “chukumi”, que es pulpo en salsa de ají extra picante, con un toque dulce y que va acompañado de “helado con makoli” –vino de arroz que amortigua el picante del pulpo- el complemento perfecto para este delicioso plato. No hubiera creído que a mi regreso a Ecuador traería conmigo algas fritas y “gochujang” -una salsa picante empleada en la condimentación de los platos de la cocina coreana.
Respecto a la universidad -lo recuerdo y enseguida viene a mí un gran suspiro-, yo pensé que después de estudiar en Alemania no habría nada más difícil; pero ni hablar … luego conocí KAIST y me di cuenta de lo equivocada que estaba. No es solamente la dificultad del estudio, sino también la cantidad de material por aprender, tareas por realizar y es que además entendí que el desafío era más grande de lo que imaginaba, el desafío era graduarse sin perder los nervios en el camino.
Estar en Corea fue un camino largo de aprendizaje, no solo la universidad, la cultura, y su desarrollo político y económico, tópico que fue motivo de estudio de dos cursos intensivos divididos en dos semestres con el profesor Ji-Soo Kim, al que con orgullo llamábamos nuestro padre coreano –él es el fundador de nuestro programa-; también aprendí a organizar mejor mi tiempo, a ser más segura, precisa y ágil en los exámenes, pues no había tiempo de dudas –siempre faltaba el tiempo-. También aprendí a dormir menos y estudiar más, que una aspirina y un café son más efectivos que un Red Bull y que los laboratorios de las universidades coreanas son indispensables porque pasas más tiempo ahí que en casa o en los dormitorios. Pero lo más importante, comprobé que los límites están en tu cabeza y que siempre puedes dar más.
No todo fue estudio por supuesto, también viajé por los alrededores de Corea y quedé enamorada de los muchos paisajes que pude disfrutar, desde los palacios antiguos y los templos budistas de Seúl , hasta las majestuosas playas de Sokcho, Busan y la Isla de Jeju. Eso sin dejar atrás las montañas cuya cima logré conquistar. Una de las cosas más impresionantes de mis viajes fue apreciar el comportamiento de las personas del sur de la península, que son las zonas más cálidas, ellos son muy diferentes a los capitalinos de Seúl. En estas zonas cálidas las personas son como el clima, además de más amables y amistosas. Era increíble cómo los conductores de bus trataban de entender mi coreano básico y explicarme como llegar a mis destinos turísticos. Recuerdo que los conductores de taxi me indicaba que delicias típicas debía degustar de la región de Jeju y recuerdo además con mucho cariño que un taxista se detuvo en una panadería para comprar dulces de arroz típicos coreanos para que yo pudiera probar; de todos mis viajes por el mundo fue la primera vez que me sucedía algo así, -simplemente increíble-, me enamoré de la isla de Jeju.
Durante un viaje al sur de la península conocí un grupo de jóvenes coreanos que estaban de vacaciones, ellos hablaban inglés básico y mi coreano no era mejor; recuerdo que luego de una típica cena coreana con el respectivo “samgyeopsal de JeJu”, y por supuesto no podía faltar la bebida favorita y típica de los coreanos el soju, -una bebida destilada nativa coreana generalmente a base de arroz-. Comenzamos a hablar fluidamente y a divertirnos como que si conociéramos toda la vida.
Corea fue una experiencia maravillosa de supervivencia y también de crecimiento, cuyos desafíos van más allá de dejar a los seres que amamos, el trabajo y la zona de comfort. Cuando eres ciudadano del mundo, tu casa está en todas partes, porque en cada camino recorrido hay una parte de ti, porque somos el camino y no el fin. Sin duda, ha sido la época más difícil y más enriquecedora de mi vida. Corea del Sur es una experiencia inolvidable que de volver a nacer, la volvería a vivir.