“…Pero además de todas esas nostalgias y recuerdos personales, los extranjeros, en especial los hispanos, extrañamos muchas cosas, las cuales no son únicas de nuestra cultura sino propias de todo Occidente”.

Por Paris Labisonniere

Fotografía por Octavio Ramos

“A donde fueres haz lo que vieres”… cierto, pero tampoco olvides las costumbres de tu tierra, que nadie está obligado a hacerlo. El ser víctimas de la nostalgia no nos hace vulnerables sino arraigados a nuestras raíces, y echar de menos objetos y personas nos recuerda que partimos de una tierra que siempre estará ahí para recibirnos, en las malas y en las buenas.

Algunos podrán echar de menos el sol abrasador de sus tierras, las aguas cálidas o refrescantes de las costas más cercanas e incluso las bebidas locales que tanto disfrutaban.

Ciertamente los recuerdos de la comida nacional nunca se superan y es a donde nos arrimamos cada vez que necesitamos sentir un poco de bienestar.

Pero además de todas esas nostalgias y recuerdos personales, los extranjeros, en especial los hispanos, extrañamos muchas cosas, las cuales no son únicas de nuestra cultura sino propias de todo Occidente. Y aunque la inevitable rutina y las prisas nos obligan a reflexionar poco y a robotizarnos, una mesa no está puesta en su totalidad si hacen falta los cuchillos. Una cuchara, un tenedor y los clásicos palillos son un conjunto incompleto para nuestra vista. Pese a que las tijeras estén ahí para auxiliarnos en las tareas de corte, extrañamos ese instrumento que nosotros ya dominábamos cuando teníamos cumplidos los dos años de edad.

Al pan, pan

El pan de caja es otro icono que sobre todo los latinoamericanos echan de menos. Con esa miga excesiva que cobijaba el jamón y el queso para nuestro tentempié en la escuela o para formar parte de esos llamados “sándwiches” o emparedados de pollo o atún. Para untarlo con mermeladas o para todas esas veces que estábamos enfermos y nos daban pan tostado -o tostada, según nuestro país de origen-.

Para nuestra persona

Tal vez es hasta llegar a Corea que nos percatamos de lo fuerte que puede ser nuestro “olor natural” cuando los antitranspirantes o desodorantes que encontramos en el supermercado no se adaptan a nuestra genética de olor fuerte. La escasa variedad de antitranspirantes que existe no nos deja mucha opción -y considerémonos afortunados de que ahora ya hay algunos, porque antes no eran ni siquiera conocidos por la población local-.

Los perfumes, en especial los costosos y franceses (si apostamos por lo clásico), son aquí todo un lujo. Y si nos arriesgamos a acercarnos a una tienda departamental para adquirir un eau de toilette, corremos el riesgo de irnos de espaldas al ver los precios.

Encima, si aprovechamos los viajes y adquirimos nuestras colonias y perfumes favoritos, más que un atractivo para colegas y compañeros serán una molestia, y en ocasiones corremos el riesgo de escuchar el reproche: “pero no te pongas tanto perfume, por favor”, así que mas valdrá o racionarlo magistralmente y que nos dure un año o más, o incluso prescindir de él y apostar por aquellos de marcas coreanas que son muy suaves y económicos.

Otro motivo de shock y nostalgia son las diminutas toallas que utilizan los locales para secarse el cabello y el cuerpo. Unos pequeños rectángulos de 60 x 30 centímetros aproximadamente deben ser suficientes para cobijarse del frío y librarse del resto de agua.

El paladar reclama

La parte más dolorosa y difícil de superar para muchos es la gustativa, por ello es indispensable regresar al tema. El echar de menos el pan caliente al inicio de las comidas, acompañado con un poco de mantequilla para matar el hambre mientras llegan los platos (menos mal que aquí no tardan mucho porque las cocciones son breves o te traen los ingredientes para que lo prepares tú mismo) es algo que comúnmente se extraña. Nos hace falta esa sensación crujiente y reconfortante de un panecillo tibio que a veces parece estar recién hecho. Y aunque el arroz es un hidrato de carbono reconfortante, nunca podrá sustituir a ese hijo de los hornos que ha acompañado al hombre occidental desde hace siglos.

Y para rematar, en casa nos hacen falta tantas cosas para asegurar nuestra comodidad y bienestar… las prácticas escobas largas para ir acorralando las basurillas y el polvo en una esquina sin que nuestra espalda sufra consecuencia alguna. Aquí las sustituyen por aspiradoras que ocupan relativamente poco espacio y que favorecen la rapidez y la practicidad en la lucha diaria contra el polvo y los pequeños residuos que a diario se hacen presentes en casa.

Si optamos por un picharo para no añorar nuestra entrañable escoba, seguro que nuestras vertebras presentarán queja de vez en cuando y una que otra basurilla  escapará a nuestros ojos. Y a la hora de regalar unos mililitros al piso de ese clásico aroma a pino, nos encontraremos con que la aversión por los olores marcados sigue reinando en esta tierra, lo que nos empuja a conformarnos con un limpiador multiusos o un desinfectante muy neutro que hará su trabajo y no más. Olvidémonos de ese aroma “a limpio” porque a menos que hagamos hervir ramas de pino o lavanda lograremos imitarlo.

Y por último, las llaves… esos artefactos metálicos que ya poco se usan en Corea gracias a las cerraduras digitales. ¡Oh no!… pero eso sí que no se extraña, rectificamos nuestra reflexión, ya que no echamos de menos ese peso extra en los bolsillos (o en los bolsos) y ese constante y misterioso caso de las llaves extraviadas u olvidadas. Eso sí que es alivio, el poder prescindir de esos pequeños guardianes de metal que nos ayudan a mantener seguras nuestras casas…